La cultura organizacional ha sido descrita como el alma de la empresa, pero también como una ilusión conveniente. ¿Es un conjunto de valores inamovibles o una construcción estratégica? ¿Es un reflejo de la sociedad o una herramienta de control? A lo largo del tiempo, distintos pensadores han intentado descifrarla, aportando piezas clave a un rompecabezas que aún no encaja del todo.
Geert Hofstede (1980) fue uno de los primeros en analizar la cultura organizacional a gran escala, demostrando que no puede entenderse sin el contexto cultural más amplio. Su investigación sobre las dimensiones culturales reveló cómo factores como la distancia al poder, el individualismo y la aversión a la incertidumbre moldean el comportamiento organizacional. Para Hofstede, la cultura de una empresa no es creada en una sala de juntas; es una extensión de la sociedad en la que opera.
Edgar Schein (1985) amplió esta visión al proponer que la cultura organizacional es un sistema de supuestos compartidos que han demostrado ser funcionales en la práctica. Mientras Hofstede enfatiza el impacto del contexto externo, Schein profundiza en cómo la cultura se forma dentro de la empresa, evolucionando en tres niveles: artefactos visibles, valores declarados y supuestos inconscientes. Para él, cambiar la cultura no es solo cuestión de adoptar nuevos valores, sino de transformar las creencias arraigadas que guían las decisiones diarias.
Jim Collins y Jerry Porras (1994) desafiaron esta perspectiva en Built to Last, argumentando que las empresas que han perdurado en el tiempo no han basado su éxito únicamente en la estrategia, sino en una cultura sólida y bien definida. Mientras Schein estudia la cultura desde una perspectiva psicológica y evolutiva, Collins y Porras sostienen que las empresas excepcionales no comprometen sus valores fundamentales en busca de ventajas inmediatas. Para ellos, la clave no está en la adaptación, sino en la permanencia de ciertos principios inquebrantables.
Michael Porter (1996) ofrece una visión pragmática: la cultura solo es relevante en la medida en que refuerce la ventaja competitiva de la empresa. Desde esta perspectiva, las empresas exitosas no son las que tienen valores más inspiradores, sino aquellas cuyas prácticas culturales fortalecen su posicionamiento en el mercado. Para Porter, la cultura no es el punto de partida, sino un medio para ejecutar la estrategia de manera consistente.
Amy Edmondson (1999) introduce un factor crucial: la seguridad psicológica. Para que una cultura organizacional sea efectiva, no basta con definir valores o estructuras, sino que debe permitir a sus miembros expresarse sin temor. En empresas donde el error se castiga, la innovación y el aprendizaje quedan sofocados. Su trabajo enlaza con el de Carol Dweck (2006), quien introduce el concepto de mindset de crecimiento, argumentando que las empresas más resilientes son aquellas que fomentan la experimentación y el aprendizaje continuo.
Frederic Laloux (2014) lleva la conversación aún más lejos al proponer que las culturas organizacionales pueden evolucionar hacia modelos más orgánicos y descentralizados. Su concepto de organizaciones Teal sugiere que la cultura no debe diseñarse ni imponerse, sino emerger de la interacción natural entre las personas. Aquí, la jerarquía pierde sentido y la autogestión cobra protagonismo. Si Hofstede y Schein ven la cultura como algo profundamente arraigado, y Porter la subordina a la estrategia, Laloux la trata como un organismo vivo en constante transformación.
El recorrido por estos pensadores revela que la cultura organizacional es un campo de tensiones constantes. Para Hofstede, es un reflejo del contexto social; para Schein, una estructura de supuestos invisibles; para Collins y Porras, el alma de las empresas duraderas; para Porter, una herramienta estratégica; para Edmondson y Dweck, el espacio donde se aprende y se innova; y para Laloux, un sistema evolutivo. ¿Quién tiene razón? Quizás todos, dependiendo del ángulo desde el cual se observe.
Pero una cosa es la teoría y otra la realidad. En el próximo artículo, pondremos a prueba estas ideas con un caso de estudio. Porque, al final, la cultura organizacional no se define en los libros, sino en la práctica.
Referencias
- Collins, J., & Porras, J. (1994). Built to Last: Successful Habits of Visionary Companies. Harper Business.
- Dweck, C. (2006). Mindset: The New Psychology of Success. Random House.
- Edmondson, A. (1999). Psychological safety and learning behavior in work teams. Administrative Science Quarterly, 44(2), 350-383.
- Hofstede, G. (1980). Culture’s Consequences: International Differences in Work-Related Values. Sage.
- Laloux, F. (2014). Reinventing Organizations: A Guide to Creating Organizations Inspired by the Next Stage of Human Consciousness. Nelson Parker.
- Porter, M. E. (1996). What is strategy? Harvard Business Review, 74(6), 61-78.
- Schein, E. H. (1985). Organizational Culture and Leadership. Jossey-Bass.