El Laberinto Corporativo

Cuando la Estructura Mata la Empresa

Las empresas mueren por su propia burocracia. No por falta de talento, ni por falta de recursos, sino porque su estructura se vuelve un laberinto de reglas, jerarquías y procedimientos que ahogan la innovación y la toma de decisiones. ¿Cuántos proyectos han sido enterrados por una cadena interminable de aprobaciones? ¿Cuántas oportunidades se han perdido porque el "jefe" estaba demasiado ocupado para decidir? La organización que no desafía su propia estructura está condenada a la irrelevancia.


Russell Ackoff lo dejó claro: la mayoría de las empresas no tienen sistemas, tienen colecciones de partes que funcionan en silos. Diseñamos organizaciones con organigramas perfectos, pero ineficientes en la práctica. Luhmann, por su parte, nos advierte que las organizaciones son sistemas autopoiéticos: crean sus propias reglas y estructuras para sobrevivir, incluso cuando esas estructuras son inútiles o contraproducentes. Mientras tanto, Mintzberg nos recuerda que la estructura debe adaptarse a la estrategia, no al revés. Pero la mayoría de las empresas siguen obsesionadas con mantener una jerarquía rígida, sin importar su impacto real en la eficiencia.


El colapso de Kodak no fue por falta de tecnología, sino por su incapacidad de romper su estructura corporativa tradicional. La empresa tenía los recursos y la visión para liderar la era digital, pero su estructura jerárquica, sus procesos burocráticos y su cultura corporativa los hicieron incapaces de reaccionar a tiempo. En contraste, Spotify ha demostrado que una estructura descentralizada y basada en equipos autónomos permite rapidez y adaptación en mercados cambiantes. La pregunta es: ¿quién sobrevive, el que controla o el que se adapta?


Las estructuras rígidas favorecen la predictibilidad, pero matan la agilidad. Las organizaciones centralizadas pueden garantizar control, pero a costa de la velocidad. El dilema es real: ¿queremos empresas eficientes en el papel o relevantes en la realidad? La mayoría de los líderes siguen diseñando estructuras para un mundo que ya no existe. Peor aún, creen que cambiar de organigrama resolverá sus problemas, cuando el verdadero problema es la mentalidad que lo sostiene.


Entonces, ¿qué hacer? Primero, reconocer que la estructura no es un fin en sí mismo, sino un medio. Segundo, aceptar que no hay un modelo universal: cada empresa debe encontrar su propio equilibrio entre control y flexibilidad. Tercero, atreverse a romper paradigmas: eliminar capas innecesarias, empoderar a quienes realmente generan valor y diseñar estructuras que evolucionen con el entorno en lugar de sofocarlo.


En la próxima entrega exploraremos modelos organizativos radicales que han desafiado la jerarquía tradicional y han sobrevivido para contarlo. ¿Está tu empresa lista para repensar su estructura antes de que el mercado la obligue?

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