Las empresas llevan décadas vendiendo el cuento de que “las personas son su activo más valioso”, pero cuando hay recortes, los primeros en caer son los empleados, no los directivos. Mientras las juntas hablan de “talento” y “cultura organizacional”, los niveles de burnout, ansiedad y renuncias están por las nubes. ¿Es sostenible un modelo donde la gente es tratada como un insumo más, optimizable y prescindible?
El problema no es la falta de discursos sobre bienestar o inteligencia emocional. Sobran libros, conferencias y gurús del liderazgo empático. El problema es que la lógica empresarial sigue atrapada en el modelo industrial: maximizar eficiencia, reducir costos, aumentar productividad. Y cuando la rentabilidad choca con el bienestar, ya sabemos quién pierde. Es fácil hablar de propósito y valores cuando los números cuadran, pero ¿qué pasa cuando la presión se intensifica? La prioridad siempre ha sido el rendimiento, no la gente.
Los datos no mienten: Gallup reporta que el 79% de los empleados a nivel mundial están desvinculados emocionalmente de su trabajo. Empresas con ambientes tóxicos tienen una rotación hasta 50% mayor que sus competidores más humanos. ¿Y qué hacen los CEOs? En lugar de cuestionar su modelo, aplican soluciones superficiales: mindfulness en horario laboral, espacios chill-out y discursos vacíos sobre felicidad corporativa. Lo llaman cultura, pero en la práctica es anestesia.
Algunas organizaciones sí han entendido la ecuación correcta. Empresas como Patagonia y Semco han demostrado que priorizar el bienestar no solo es viable, sino rentable. Sin embargo, siguen siendo la excepción, no la norma. ¿Por qué? Porque la mayoría de los líderes empresariales no están dispuestos a desafiar el paradigma de control y explotación que los ha hecho exitosos.
Este no es un llamado a humanizar las empresas por caridad. Es un recordatorio de que un modelo basado en la sobreexplotación y el desgaste tiene fecha de caducidad. La pregunta no es si debemos cambiar, sino cuánto tiempo más puede sostenerse esta ilusión antes de colapsar.
Si el talento humano es tan valioso como dicen, es hora de que las decisiones empresariales reflejen esa realidad. Lo demás es hipocresía corporativa.
En el próximo artículo exploraremos a fondo las posturas de diferentes autores sobre este tema, desde los defensores de la inteligencia emocional en la gestión hasta los críticos que advierten sobre su uso como herramienta de control. ¿Quién tiene razón? ¿Quién se equivoca? No te lo pierdas.