ERP:

El Caballo de Troya que Tu Empresa Invita a Pasar

Frederick Taylor hubiera amado el ERP. El padre de la administración científica soñaba con un mundo donde cada tarea estuviera estandarizada, medida y controlada. Un sistema central que dicta el ritmo de la fábrica habría sido, para él, la perfección encarnada. Pero Taylor trabajaba en un mundo analógico; sus errores se corregían con una nueva hoja de instrucciones. En el siglo XXI, esos errores se encapsulan en código y se propagan por toda la organización.


Peter Drucker, más pragmático, ya advertía que “la eficiencia no sirve de nada si estás haciendo lo incorrecto”. Para Drucker, la tecnología debía estar subordinada a la estrategia. Un ERP, si no está alineado con un rediseño inteligente, es solo un contenedor más rápido de ineficiencia. Drucker probablemente se plantaría frente a un comité directivo y preguntaría: “¿Están automatizando lo correcto o solo lo que ya saben hacer, aunque esté mal?”.


Entra Michael Hammer, el padre del Business Process Reengineering en los 90, que gritaba desde sus columnas en Harvard Business Review: “No automatice, obliterar primero”. Para Hammer, digitalizar sin repensar era como pavimentar una calle llena de curvas innecesarias: más cómodo, pero igual de lento y torpe. Él impulsó la idea de rediseñar desde cero, pero su enfoque murió muchas veces en salas de juntas donde el miedo a cambiar superaba la voluntad de innovar.


Hoy, voces como John Boudreau o Rita McGrath nos recuerdan que el mundo ya no es estático, y que diseñar un ERP como si el negocio fuera un bloque fijo es un suicidio estratégico. McGrath insiste en que las ventajas competitivas son transitorias; un sistema rígido, por muy costoso y avanzado que sea, puede condenarte a la irrelevancia antes de que termines de implementarlo.


Mientras tanto, pensadores del mundo ágil como Dave Snowden, con su marco Cynefin, destrozan la noción de que un ERP puede “ordenarlo todo”. Snowden diría que los sistemas complejos no se doman con una parametrización cerrada, sino con mecanismos adaptativos que aprenden y evolucionan. Un ERP sin capacidad de absorber cambios es, en términos complejos, un fósil en proceso de instalación.


El choque es evidente: Taylor y su búsqueda de control absoluto frente a Snowden y su culto a la adaptabilidad. Hammer destruyendo antes de construir, contra consultores que venden implementaciones rápidas para “no perder ventaja competitiva”. Drucker exigiendo sentido estratégico frente a gerencias que confunden rapidez con inteligencia. El ERP se convierte en el campo de batalla donde estas filosofías colisionan.


La síntesis es clara: la automatización no es un fin, es un multiplicador. Multiplica lo que ya tienes: si es excelencia, acelera la excelencia; si es mediocridad, acelera la mediocridad. Un ERP sin rediseño previo no es transformación digital, es un caballo de Troya que introduce rigidez, deuda técnica y dependencia costosa. Hipótesis para la investigación: la tasa de fracaso de los ERP está correlacionada más con el estado previo de los procesos que con la calidad técnica del software.


En el próximo artículo veremos cómo esta hipótesis se prueba en la vida real, con uno de los casos más sonados de fracaso en la historia reciente: el choque titánico entre Waste Management y SAP. Spoiler: el caballo de Troya no solo entró… arrasó con todo.

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