Innovar sin pedir permiso:

cuando la pobreza no cabe en tu pitch

La narrativa dominante nos repite que cualquiera puede innovar. Que solo hace falta una buena idea, actitud emprendedora y pasión. Que el resto llega solo. Esa es la mentira mejor vestida del mundo de los negocios. Porque esa narrativa está escrita desde el confort. Desde oficinas con aire acondicionado, wifi simétrico y café de especialidad.


Pero vamos al hueso: ¿puede alguien innovar cuando no tiene ni luz estable en su barrio? ¿Cuando tus proveedores están quebrados, tu cliente sin liquidez y el banco te cobra intereses de agiotista? En los márgenes del sistema, la innovación no es opción. Es supervivencia.


El verdadero emprendedor no presenta su idea en un auditorio con luces y proyectores. La defiende en la calle, con las uñas, esquivando balas, informalidad estructural y corrupción disfrazada de trámites.


No basta con la actitud. No basta con querer. El talento sin condiciones es solo frustración acumulada. Pero a las élites les encanta el mito del “self-made innovator”. Porque justifica la desigualdad. Si no lo lograste, es porque no te esforzaste. No porque el sistema estaba amañado desde el inicio.


Y sin embargo —y acá está lo fascinante— en medio del caos, surge una forma distinta de innovar. No la de Silicon Valley, sino la de los callejones de Lagos, los barrios de Medellín, los pueblos de Guatemala. Innovación frugal, guerrillera, mestiza. Soluciones que no caben en un PowerPoint, pero que salvan vidas, generan ingresos y transforman realidades sin pedir permiso.


¿Querés ejemplos?

  • M-Pesa en Kenia, creado sin smartphones, sin Visa, sin lobby. ¿Sabés qué hizo posible su éxito? Desconfianza en los bancos.
  • Los motocarros eléctricos en zonas rurales del sur de Asia, hechos con partes recicladas, sin normas ISO pero con impacto ambiental real. ¿Innovación verde? No. Puro ingenio marginal.


Esta es la innovación que no sale en Forbes. La que incomoda. La que no se puede comprar con rondas de inversión. Y sí, es más lenta, más dolorosa, más sucia. Pero también más real.


La pregunta no es cómo llevar Silicon Valley a nuestros países. La pregunta es: ¿por qué seguimos queriendo parecernos a ellos? Tal vez, solo tal vez, tenemos algo mejor que ofrecer.


En el próximo artículo, destapamos el marco teórico: por qué la escasez no es un defecto del sistema, sino su motor oculto. Y cómo convertir carencia en capacidad. Sin pedir permiso.

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Atrévete a Innovar de Manera Diferente