¿Qué significa realmente integrar?

Cuando hablamos de integración, muchos piensan en pantallas sincronizadas, módulos conectados y reportes automáticos. Pero la integración real es otra cosa. Es un fenómeno organizacional, no tecnológico. Peter Drucker lo advirtió desde el siglo XX: “La eficiencia dentro de cada área es irrelevante si la empresa no funciona como un todo”. La integración, entonces, no comienza con el ERP, sino con la forma en que concebimos la empresa como sistema.


Jay Galbraith, con su modelo STAR, nos enseñó que la estructura debe seguir la estrategia, y que integrar requiere alinear procesos, personas, recompensas y cultura. Décadas después, Niklas Luhmann nos puso en jaque: los sistemas sociales son cerrados operativamente. No se integran desde afuera, solo desde dentro, por medio de sentido compartido y comunicación. El ERP, en este marco, es apenas un código de acoplamiento estructural. No puede sustituir la cohesión que la organización no ha construido.


En la práctica, las empresas que sobreviven no son las más digitalizadas, sino las más coherentes. Amy Edmondson y su investigación sobre “organizaciones inteligentes” lo prueba: la integración es producto de una arquitectura conversacional donde se puede hablar, coordinar y corregir sin miedo. El ERP no resuelve eso. Lo exige. Mintzberg lo resumiría sin rodeos: “La coordinación no ocurre por diseño, sino por práctica”.


¿Y qué dicen los contemporáneos? Dave Snowden, con su marco Cynefin, nos recuerda que en contextos complejos, los intentos de control rígido (como imponer un ERP sin rediseño organizativo) suelen fracasar. Gary Hamel y Yves Morieux proponen otra cosa: eliminar la sobrecarga burocrática, recuperar la autonomía y construir organizaciones donde los sistemas tecnológicos acompañen, no dominen.


Todos ellos, desde Drucker hasta Hamel, hablan sin hablarse de lo mismo: la integración es una danza. No se impone, se practica. No se programa, se conversa. No es un botón, es un músculo. Las organizaciones deben entrenar la integración antes de digitalizarla. Y si no lo hacen, el ERP se convierte en el escenario del conflicto, no en su solución.


Esta síntesis es brutal pero liberadora: integrar no es conectar máquinas, sino personas, decisiones, narrativas. Es pasar del aislamiento funcional a la conversación operativa. El ERP puede ser útil, pero solo si el sistema social está dispuesto a verse, a escucharse, a corregirse.


Mañana lo verás en carne viva. Te presentaremos un caso extremo: una empresa que invirtió en su ERP y terminó al borde del colapso. ¿El error? Querer integrar con código lo que no habían integrado en comportamiento.

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¿Y si el ERP no integra nada?